04 diciembre 2009

Crónica de Abril esperada



Crónica de una niña llamada Abril Alejandra

Todo regresa como un boomerang: los recuerdos, los traumas y los incansables días truncados. ¡Shttt! La princesa duerme. Volvamos al inicio a recrear en sueños a la princesita.




28 de octubre era la fecha probable de parto y nada. Al día siguiente como a las tres de la madrugada llegó una noticia que heló el ambiente de Guadalajara. Entre la vida y la muerte hay una delgada telaraña que lleva a la incertidumbre. David “El Negro” Guerrero dejó de ser persona y se transformó en mito, héroe, pan de Dios… Después del velorio fuimos a urgencias y nada ocurría.
Una mano que alcance entre la panza y los pechos, y ya bajó la bebé, la hora de parir está cerca; si ya dilató tres, cuatro centímetros, te entregan una bata y te quedas en preparto. Tanta burocracia, en fin. De vuelta a casa, ver tele, platicar con los silencios de la casa, limpiar el cochambre, hacer collares de metáforas. Por las noches encontrar rostros de personajes que habitan la pared de mi lado, dialogar con ellos, abrir la llave y cerrarla. Al amanecer decir otro día más y nada.
Temía tanto que naciera el 31 de octubre o los días 1 y 2 de noviembre. Fechas que nunca me gustaron.
1 de noviembre traía desecho y contracciones fuimos a urgencias y nada nuevamente.
2 de noviembre acudimos a mi cita EMI en el hospital Regional 45, mejor conocido como El Ayala.
4 de noviembre por fin, dije, me dieron mi bata y me integré a una comunidad de mujeres con la angustia atravesada en sus vidas. Yo traía la presión alta. Desde ese momento empezó mi calvario. En la vida nunca se van a presentar dos sucesos iguales. Los dedos de los pies y de las manos miden y tienen formas diferentes, aunque sean de un mismo dueño. Yo quería pensar que sería fácil y benevolente este parto como los dos anteriores, me confié.
Esa noche fue tan larga y dolorosa; la pequeña golpeaba mis costillas continuamente que a veces me despertaba el dolor o me hacía llorar. Sólo me podía recostar del lado izquierdo. Las contracciones agudas y contundentes eran cada diez o cinco minutos. La noche más larga y traumática que he tenido. Sólo cinco doctores midieron los centímetros dilatados. Durante esa larga noche del 4 de noviembre fueron segundos los que estuve en brazos de Morfeo.
Las ocho de la mañana, a la compañera de cuarto le llevaron su comida. Me moría de hambre, y tenía que estar en ayunas. Como a las nueve de la mañana una doctora llega a medir la dilatación con siete centímetros, y rompe mi fuente. Me llevan en una silla de ruedas a labor de parto. Yo creía que ya me iban a meter al quirófano, pero cual va siendo mi sorpresa que me llevan a un cuarto grande donde había como veinte camas allí tenían a varias mujeres que les iban a realizar legrado o parto. Durante las horas que estuve en ese lugar los dolores no cesaban. Adolorida de las costillas por las patadas continuas de la niña, cansada de estar sólo del lado izquierdo y al llegar a labor de parto, encontré a un estudiante con preguntas que duraron una hora, -enfrente de mí había un reloj en el que podía constatar la hora- pasaban varios de ellos primero a bombardearme con preguntas repetidas. Sus pláticas eran estúpidas y burdas. Decían una voz masculina tirándole a homosexual: “Yo prefiero hacer el papeleo que atender un parto, no más de verles la cara”, y seguía tecleando la máquina de escribir que se mezclaba con gritos de mujer. Mientras en mi rincón yo me retorcía de dolor, los “doctores” practicantes que se acercaban introducían sus guantes de latex en mí, uno y otro llegaban a medir los centímetros dilatados, querían practicar, querían saber medir los centímetros a tanteo, quizá para algunos fue su primer noche experimentando con el dolor ajeno. Cada practicante introducía y sacaba su guante con una bocanada de sangre, fueron fácil veinte de ellos que midieron mi dilatación. De las nueve a las doce fueron acrecentando los dolores, las voces eran cada vez odiosas y las carcajadas ni se diga. El persistente martilleo de las teclas. Los gritos de la vecina y yo retorciéndome en mi sangrado. Ya quería ver a mi pequeña, quería estar descansando con ella en mi regazo. La pesadilla apenas comenzaba. Como a tres camas de distancia estaba una mujer de 20 años con gritos escandalosos y perturbadores. Tres horas de angustia y por fin, una practicante de escasos 25 años dijo quirófano, ese momento fue bonito ya que me decía, por fin me hicieron caso, pues ahí la que más grita es la que tiene la atención de ellos, y la verdad esa no es mi táctica.


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